Que no vuelva a pasar que nos venden el cambio y lo compramos. Lo digo porque en el juego de palabras que hay en el título de esta columna, se infiere que los cambios prometidos son estrategias de manipulación, ante todo porque las ideas que llevan a cualquier transformación son forzadas y violentas, encubren una intención vehemente que se impone de maneras dictatoriales; o ¿no es cierto que es impositivo todo eso de intentar cambiar? 
Pretende cambiar su físico el jovencito que va al gimnasio y eso demanda de muchas horas de trabajo arduo; intenta cambiar el emprendedor y tendrá que luchar contra un sin número de desafíos antes de dar el golpe; intenta cambiar el adicto y se encuentra con el tremendo fantasma de la recaída. Así pues, todo cambio es forzoso y vehemente, pero lo es aún más, aquel cambio que es impuesto, el que ordena el profesor cuando nos pasa de puesto en el aula, el que ordena la vida cuando nos aleja para siempre de un ser querido, o el que presiona el gobierno nacional con su paquete de reformas con contenidos improcedentes. 
Un cambio que me lleva como padre de familia a pagar por artículos escolares un sobrecosto del 19% de IVA es penosísimo, y otro que conlleva a la improvisación administrativa en temas relacionados con la salud, con el combustible y la paz, es subversivo. Hemos comprado la idea de un cambio impuesto, el que viene plagado de sacrificios para salir a flote en algún momento del futuro, el que admite que se gobierne desde Twitter y el que presiona para que se imponga la ideología progresista. Nos convencieron que todo estaba mal y así lo creímos, que el país estaba en falla, que la culpa era del gobierno anterior y fue así que accedimos de forma poco razonada a un cambio que es agresivo. 
El cambio impuesto, ese que hace de la vida una costosa transacción a cambio de promesas por cumplir, ha venido como consecuencia de nuestra inconformidad por la situación del país, la misma que nos llevó a comprar la receta de un gobierno con ideas que no siempre son convenientes: como la despenalización en nombre de la paz. Lo que ahora sabemos, es que lo que le funcionó a Uruguay, pudo no funcionarle a Venezuela, Cuba o Nicaragua, de lo que se infiere que es muy mala idea comprar ideas extranjeras como remedio a los problemas. 
El cambio impuesto es cambio forzado que no responde a la necesidad del país, es un viraje a la cobranza y a la pobreza en distintos sentidos. Hay un empobrecimiento cuando en teoría las cosas funcionan, pero en la práctica los índices de violencia e inseguridad se disparan. Hay un empobrecimiento cuando no sabemos qué es lo que hay que cambiar ni cómo se puede cambiar; hemos fracasado con la idea de pensar en un solo hombre como la salvación, en reducir el congreso o en un modelo de gobierno como alternativa única. 
Los buenos cambios son una necesidad de actuar con amor y autorrespeto, se inician sin apresuramientos ni sermones desde los balcones, con la eliminación de patrones que generan malestar como: la corrupción, la violencia y la ignorancia. Son transiciones que se dan de manera informada y racional, no desde las cegueras del conocimiento que tanto nos perturban cuando repetimos ciertas tendencias que comparten las noticias y la radio; ideas de miedo que anclan nuestra incertidumbre en las costas del servilismo político. Ideas rotas que suponen un retroceso para un país en el que, aunque no se crea, las cosas están empeorando.