La Unesco proyecta una sombra de urgencia de maestros en el mundo para tejer los hilos de la agenda 2030. En este llamado, los maestros son considerados guías e incluso orientadores espirituales, portadores de una responsabilidad de no solo transmitir conocimiento, sino que despliega el arte de multiplicar el aprendizaje. Aquellas sociedades que asignan generosos recursos al presupuesto educativo proyectan su compromiso con el progreso, la vanguardia y desarrollo social, en cambio, la falta de valoración de la educación como derecho esencial desencadena una batalla donde muchas veces las semillas del conocimiento luchan por germinar en suelo árido.
Los educadores, investidos con el papel de sanadores naturales, son guardianes contra la oscuridad del desconocimiento, el analfabetismo y la barbarie. La educación espiritual se presenta como el enigma fundamental y la respuesta crucial para el desarrollo pleno de una sociedad que aspira a trascender las sombras y alcanzar la plenitud. Actualmente se está proponiendo la educación en espiritualidad como una visión filosófica de la vida. En este marco, se argumenta que fortalecer lo espiritual en las escuelas va más allá de un conjunto de creencias; está intrínsecamente vinculado a la percepción del mundo y de los seres que lo habitan. La libertad de cátedra se presenta como un faro que ilumina el camino, permitiendo a cada institución definir su enfoque, manteniendo la laicidad en las instituciones públicas y otorgando a las privadas la libertad de elección según sus proyectos educativos.
La formación espiritual, como hilo conductor, se revela como un elemento fundamental para esculpir el carácter, los valores y la noción de lo correcto e incorrecto en los estudiantes. Aunque se reconoce la necesidad de que las instituciones educativas mantengan una neutralidad aparente en este ámbito, se subraya que esta neutralidad no implica la promoción de un único precepto, sino la construcción de una sociedad robusta desde la diversidad espiritual y el respeto a las creencias individuales.
Aquí, Ismael Quiles emerge como un pintor de la espiritualidad, con su paleta compuesta por el “silencio menor” y belleza. Su propuesta de una pedagogía del silencio y la estética se erige como un faro en medio de la “era del vacío” invitando a un renacimiento educativo donde se fusionen horizontes, se decolonicen los seres y se libere el espíritu y el alma de las cadenas históricas. La visión de Quiles esclarece la necesidad de una educación que alimente los tres “cuerpos” interrelacionados: el físico, el espiritual y el alma. Su llamado resuena en la importancia de una pedagogía que no solo cultive el conocimiento, sino que también expanda la conciencia, abrace el silencio menor y mayor, y celebre la belleza en todas sus formas. Esta pedagogía, ético-moral, estética, epistemológica y holística, busca actualizar esencias fundamentales como el bien, la verdad, la belleza y la unidad.
Esta reflexión aborda el concepto de lo espiritual, destacando su diversidad de significados y su relevancia íntima basada en las experiencias únicas de cada persona a lo largo de la historia de sus interacciones. Desde el alma hasta lo metafísico, desde Dios hasta las diversas manifestaciones de fe e intuición, se revela la riqueza y complejidad de este tejido espiritual que moldea la experiencia humana. Así, se concluye que la educación propuesta no solo es la luz que guía un camino, sino el faro que ilumina el alma y el espíritu de una sociedad en constante evolución. Una llamada a la acción para abrazar la espiritualidad como la pregunta y respuesta fundamental que impulsa el desarrollo pleno de una sociedad, desafiando oscurantismos, analfabetismos y barbaries en el camino hacia un horizonte educativo más luminoso y consciente.