El gobierno del presidente Petro ha tenido un pobre desempeño en lo que lleva de mandato, que ya se acerca a la mitad. El Presidente es temerario, errático, confuso, diletante y al parecer perezoso. El Gobierno en su conjunto se ve todavía muy inexperto e incapaz de sacar adelante sus propuestas. Y las propuestas muchas veces parecen palos de ciego ante problemas muy gruesos de nuestra realidad social. Todos los días Petro sale con una ‘genialidad’, que afortunadamente el gobierno no es capaz de ejecutar.
La molestia sigue creciendo y llega ya a los adeptos al Presidente; por ejemplo, los maestros públicos están teniendo muchos problemas con la implementación de la reestructuración al sistema de salud del sector, el FOMAG. Los problemas prácticos, viscerales muchas veces, se les salen de las manos al Presidente y sus ministros, y no dan señales de representar a la rama ejecutiva del poder público, pues ejecutan poco y muchas veces mal.
Pero por precario que sea este gobierno, por riesgosas y peligrosas sus propuestas, por perjudiciales sus políticas, lo mejor para el país es que el presidente Petro ejerza su cargo hasta el 7 de agosto de 2026, es decir que termine su período constitucional. Desde una mirada institucional, la democracia debe garantizar que llegue al gobierno aquel que la comunidad política escoge, independiente de la calidad de esta escogencia; lo importante es que a esta decisión social se llegue cumpliendo con las normas establecidas para llegar al resultado. Petro fue electo cumpliendo con las reglas del juego. Desde la perspectiva social y política, la llegada al poder de este proyecto de izquierda que encarna el Pacto Histórico era necesario, tenía que tener su turno y su espacio. El paso de una eterna oposición a gobierno es bueno en muchos sentidos.
Ahora bien, la manera de ejercer el poder es otro asunto, y eso es lo que no entiende el Presidente y buena parte de su gobierno. Todos parecen una enorme ONG que no comprende el verdadero rol que hoy tienen: la más alta instancia del poder político. Tienen enormes dificultades para entender que las buenas intenciones no bastan, que hay que mirar los efectos de sus iniciativas y políticas en un todo muy complejo y que pequeños proyectos puntuales son tremendamente insuficientes para un cambio social a gran escala. De base hay un enorme problema: el discurso del Presidente, sus palabras grandilocuentes y ampulosas, caen en el vacío del aparato de gobierno y no tienen como ejecutarse. Aunque es bueno decirlo: por fortuna muchas veces caen en el vacío, pues muchas de las ideas de Petro son extremadamente riesgosas.
Pero todo lo anterior no es razón suficiente para que Petro deje el poder; y por el contrario, su salida causaría un malestar en un sector grande de la ciudadanía y la agitación sería brutalmente perturbadora. Su salida prematura, además, dejaría a mitad de camino una tarea que tenemos que terminar como comunidad política y daría pie para que en un futuro muy próximo una propuesta similar a la de Petro, o peor, conquiste el poder argumentando que la oportunidad quedó truncada. Por esto el Presidente debe ir hasta el 7 de agosto de 2026.
Ahora bien, todos los escándalos de corrupción que han emergido en este gobierno, y los que faltan, tienen la posibilidad de comprometer a Petro. Si es así, y si con absoluta certeza jurídica es responsable, se tendrían que aplicar las normas constitucionales que operan para el juzgamiento del Presidente y su eventual abandono forzado del cargo. Pero para esto falta mucho.
Por último, tenemos que seguir confiando en todo el tejido institucional del Estado colombiano, que si bien tiene gruesas fallas, ha demostrado una salud que nos sorprende. El Presidente tiene un poder limitado, y por más que Petro quisiera no podrá llevar a la realidad ninguna de sus propuestas más delirantes, como la constituyente por fuera de la Constitución. Hemos visto que la división del poder público está operando, que la sociedad civil es fuerte y los límites al presidente Petro están funcionando. Sin duda vienen dos años largos muy difíciles, pero eso hace parte de la democracia.