Desde el pasado 16 de marzo el tema dominante en la discusión política nacional ha sido la constituyente propuesta por el presidente Petro. Casi todas las voces han sido de rechazo; muchas indagando sobre el íntimo propósito del Presidente al soltar la idea; una parte llamando a la tranquilidad por la imposibilidad fáctica de que la iniciativa vea la luz y otra advirtiendo sobre los caminos que podría seguir el mandatario para que sí sea realidad.
Creo imposible que Petro logre convocar una constituyente, los obstáculos en su camino son muchos: jurídicos y políticos. Pero, como con muchos de sus anuncios, es necesario, obligatorio, estar alertas ante ellos, a su evolución, que no vaya a ser que alguna de sus brillanteces se convierta en una pesadilla que 50 millones de colombianos debamos padecer a futuro. Jurídicamente el camino que presenta nuestra constitución en su artículo 376 es bien complejo y ni los apoyos políticos, léase Congreso, ni electorales, léase votantes, dan hoy para que la iniciativa avance. Los congresistas, una gran mayoría de ellos mercenarios atentos al mejor postor, a quien mejor satisfaga sus intereses mezquinos y egoístas, también tienen cálculos de mediano plazo, básicamente su continuidad en el poder, y saben que Petro no es su ficha ganadora en los años por venir; y también, por qué no decirlo, tienen posiciones, en determinadas circunstancias, sobre la arquitectura y funcionamiento institucional del país. Lo anterior opera de la mano de la intención política de la mayoría de ciudadanos del país, pues Petro alcanzaría un favor de los electores que hoy no supera el 20 %, y por el otro lado un rechazo o crítica que va en aumento.
Si a esto le sumamos dos poderes institucionales de gran peso, podemos concluir que la constituyente de Petro nació muerta. Por un lado la rama judicial, con la Corte Constitucional a la cabeza, sería rigurosa con las formas y vías jurídicas que llegaren a impulsar la constituyente, y cualquier aproximación diferente a la del artículo 367 de la Constitución no tendría aval en la Corte. Y si Petro quisiera seguir adelante con un proceso ilegal para lograr un cambio institucional, no contaría con el apoyo de las Fuerzas Militares, aliado necesario cuando se pretende por parte de un gobernante violentar la democracia y romper el equilibrio de poderes. Así como los comandantes militares no le copiaron a Trump y Bolsonaro en sus intentos golpistas.
Además, en este balance de poderes, la gran mayoría de organizaciones de sociedad civil en el país no piden una constituyente y por el contrario la rechazan. Y estos poderes ciudadanos sí importan y sí tienen peso.
¿Por qué entonces Petro saca del sombrero del mago su idea y propósito de una asamblea constituyente? Porque este tipo de ideas hace parte del repertorio de iniciativas grandiosas que como gran líder que se percibe, líder histórico, debe presentar a consideración de “su pueblo”, y esto nos lleva a un terreno más profundo: la mente del gobernante. En este caso en particular, el presidente de turno empezó a experimentar con su llegada al poder un cuadro de delirio de grandeza y omnisciencia, que cada vez lo distancian más de la realidad. Y como siempre, quienes son sus súbditos en el poder son incapaces de advertirle de su trastorno. Como nunca lo hicieron los adoradores de Uribe.
Hay un elemento común en los gobernantes afectados por este trastorno de grandeza: la persecución de un ideal, un sueño de sociedad hecha a su medida, con base en su cosmovisión, pero que rompe de manera dramática y violenta con la realidad, y en pos de cumplir con ese ideal arrasan todo lo que se interponga en su camino. El sueño de Chávez destruyó a Venezuela, y lo único que queda ahora es una banda de cacos sosteniendo la pesadilla. El sueño de Uribe generó profundas heridas y grietas en el alma nacional.
¿Que se requieren cambios serios en Colombia? Sí, y muchos. Pero todos en diálogo con la realidad, no surgidos del soplo divino del delirio.