Sí, mi hijo es “rarito”, así lo mencionó un niño de su edad cuando pasó a reclamar dulces el día de los brujitos. Yo se los ponía en la bolsa y Juanse, mi hijo, inmediatamente se los sacaba y me miraba decepcionado. Ese día me causó risa, pero Juanse muchas veces me ha causado profundo dolor. Como en una ocasión en la que, por sus movimientos efusivos, asustó a un niño de tres años y su papá, médico, a quien previo le expliqué la situación, me humilló y me dijo que no creía en la inclusión forzosa. Solo supe llorar. Con los días decidí no volver a ese restaurante y comprendí que yo tampoco creía en la inclusión forzosa; no creo que mi parcero, como amorosamente le digo, deba juntarse con ese tipo de gente.
Aunque para algunos la rareza es sinónimo de malo, por mi parte siento que lo único común es ser único. El ADN de cada persona es diferente, de hecho la distribución estadística “normal” es definida como: “un modelo teórico capaz de aproximar satisfactoriamente el valor de una variable aleatoria a una situación ideal”. A pesar de este afán humano por entender la naturaleza reduciéndola, existen valores muy lejanos de lo normal, quizás estadísticamente menos probables, pero existen.
Para cada 2 de abril, Día Mundial de la Concientización sobre el Autismo, me gusta escribir sobre mi vida con la neurodiversidad. Y sí, debo confesar que soy una “mamá rarita” y que gracias a mi hijo he abierto los ojos a la belleza, esa que conecta con el alma, que es caótica, impredecible y sorprende. La misma belleza que encuentro en las pinturas de Miró, que para muchos son mamarrachos, y en la naturaleza donde nada tiene una forma ordenada ni humanamente perfecta. Y es que en épocas en las que la inteligencia artificial puede reemplazar empleos, me quedo con lo dicho por Gerd Leonard: “sino quieres que no te reemplace un robot, no seas un robot”. Creo que en lo único que somos mejores que las máquinas es en la creatividad, que tiene todo de hacer cosas raras, y en la empatía, que invita a ver al otro ser humano a los ojos.
Parafraseando a Einstein, el mundo se divide en quienes creen que todo es un milagro y los que creen que nada lo es. Me ubico en los primeros y veo una belleza infinita en las madres que cuidan sus hijos, como yo cuido el mío. Según el DANE, el cuidado no remunerado representa el 19% del PIB y es ejercido mayoritariamente por mujeres. Quizás ellas no salgan en Forbes, pero las veo en los hospitales, cansadas, con ojeras, pero siempre con una sonrisa para sus hijos, y eso es para mí belleza.
Invito a todos a la Marcha del autismo programada para el 7 de abril en Manizales, a no estar muertos en vida, como dice Sara Jaramillo Klinkert en una reciente columna, a no perderse de lo raro, a no ser aburridamente normales. Y si, debo confesar que soy una “mamá rarita” y que gracias a mi hijo he abierto los ojos a la belleza, esa belleza que conecta con el alma, que es caótica, impredecible y sorprende.