Si Quevedo y Villegas hubiera nacido por estos días de la revolución cibernética o digital, en lugar de escribir: “Érase un hombre a una nariz pegado”,  habría hablado de un bípedo con la dura cerviz inclinada sobre una pantalla.
Llegué a la conclusión cuando andaba en busca de la palabra del año. Eso de escoger el personaje, el corrupto, el avivato, el santo, el  gol, el poeta, la mentira del año, se ha convertido en pasatiempo global.     
Un ejemplo: El presidente se convirtió en el colombiano más incumplido. Impuso la hora Petro que consiste en llegar tarde a todo. O no llegar.
Jurásicos antecedentes: para ganarse la medalla de pirómano del año, Nerón le prendió fuego a Roma. Lo mismo hizo Eróstrato. Aburrido de ser un conocido don nadie, le metió candela al templo de Éfeso.
Para parecerme a ellos decidí volverme famoso escogiendo la palabra del 2022. Me reuní conmigo mismo, hice quórum y me decidí por la voz inmediatez.
Me copié de la página de la Fundación para el español urgente (Fundeu.es). En la preselección que hicieron para el 2022 escogieron voces como apocalipsis por aquello de que si Putin, un híbrido de Stalin con Hitler, no toma agüita de valeriana, volaremos en átomos. No habrá ese último que apague la luz.
También clasificaron ucraniano, gentilicio del vapuleado país que se defiende con rosas, si las comparamos con los drones iraníes que le dispara su vecino invasor; otros voquibles son criptomoneda, diversidad, ecocidio.
Fundeu escogió en el pasado palabras como selfi (2014), aporofobia (2017, miedo y rechazo a los pobres), emojis o emoticones (2019).
El diccionario define  inmediatez con tres palabras: calidad de inmediato. La pantalla del celular o del computador le dan vida a la inmediatez. De tres personas cuatro están mirando su celular. Ya no somos nosotros y nuestras circunstancias como dirían esos “tres” grandes filósofos españoles: José, Ortega y Gasset. Somos nosotros y las pantallas.
Vivimos a toda máquina. No nos queremos perder nada. Puede ser el último bombardeo, el  más reciente arrocito en bajo de los famosos, o que el  bebé pidió cambio de pañales. La pantalla nos alimenta ese apetito desenfrenado de saberlo todo. Andamos por la calle revisando su majestad el wasap que acabó con los restos de nuestra intimidad.
Somos mendicantes vergonzantes, vergonzosos, de un me gusta. Le vendemos el alma al diablo por un “like” que engorde nuestra vanidad. “Para mí, la caricatura del hombre moderno es la de una persona que inclina su cabeza sobre el celular”, resume el médico manizaleño Gonzalo Mejía.
Para minimizar este afán de inmediatez pongo el celular en pico y placa o recuerdo que la noticia del descubrimiento de América se conoció meses después.
En realidad, debí escoger la voz pantalla en vez de inmediatez. Pero me voltié tanto durante el mundial que copé la capacidad de recular…