Yo, que manejé aquellas matemáticas algo complejas con la manual, blanquecina y desaparecida regla de cálculo; yo, que en mis primeras planas de caligrafía fui batallador del  estilógrafo y del tintero, y ni siquiera del bolígrafo; yo, cuyo teléfono era familiar y solo uno, y fijo, con números de cuatro dígitos; yo, cuya primera música la paladeé desde un aparato llamado radio, no móvil y sí de muchos internos tubos. En fin, yo, que fui configurado en un desaparecido mundo lento y plácido, previsible y manejable, agradezco lo que lo reemplazó, y lo bendigo, ya que lo nuevo funciona mejor; y es más democrático.
Pero… pero, en medio de estos beneficios, héteme ahora, pasados luengos años, asombrado ante ese gigante tan poliforme, tan intimidante y de tantas posibilidades, llamado inteligencia artificial. Y en especial de su “máximo representante” y competidor nuestro: el robot.
Refiere Emilio Pascual, en “El Gabinete Mágico” (pág. 461), como este nos suplanta y rige. Así, el robot de nombre Robert Spofforth, mejor identificado como “Máquina Nueve”, superinteligente, en cuanto que decano de la Universidad de Nueva York, alegando que la lectura “transmite ideas y emociones por medios solapados” y además viola la intimidad de quien la ejerce, la prohibió.
Lo que a continuación sostengo no es broma. Va en serio. Pero antes veamos algunos conceptos reales.
Uno. La “Inteligencia Artificial”, o sea  las máquinas que proceden de manera similar al cerebro humano.
Dos. La “Inteligencia Artificial Generativa”, aquella que crea contenido y aprende por sí sola. Se ajusta, se mejora y tiene “experiencias”. Ejemplo básico: la computadora a la que le programaron las reglas del ajedrez, y que comenzó a jugar sola, y a inventar y memorizar millones de jugadas posibles. Les ganó a todos los campeones y ya ningún humano se le mide.
Tres. “Inteligencia Artificial General” (que aún se busca), es la que contendrá todas las capacidades humanas… y algo más. Superior. Los conocedores consideran inevitable su llegada.
Para la parte electoral, aténgase a lo que escriben  Mariano Sigman y Santiago Bilinkis, en el libro “Artificial”: hoy, “esta nueva generación de inteligencia también desarrolla la facultad de atribuir pensamientos, intenciones y emociones a otras personas.” Así, los robots llegarán más fácil al corazón de los electores.
Estos últimos se cansaron, primero de los políticos y eligieron populistas y demagogos. Desencantados de estos, optaron por los robots. Los robots al poder y a la presidencia. El primer mandatario, presidente robótico, fue lógico en su campaña electoral. Como me programo bien, insistió, yo sí cumpliré a la letra mi programa (de gobierno, pues lo llevaré siempre dentro de mí). No sufro de afán de lucro: ni cohecho ni peculado ni interés indebido en la celebración de contratos. Puedo acabar con la corrupción. Ni parientes medrando y muy lejos de “colocar” compadres. Nada de salario, pues mis necesidades son solo unas pilas recargables.
Gobernadores y alcaldes, igual de programados, con la fidelidad  de un robot. Y en el Congreso, las asambleas y concejos, estas máquinas sobrehumanas, en sus hemiciclos sin intenciones indebidas, programadas para votar cada proyecto consultando el interés general. Nada de dietas, solo pilas y sesionando cumplidamente; y en los debates intercambiando millones de datos entre ellos. ¡Qué bello desafío intelectual y qué enorme capacidad para acertar! Disraeli, primer ministro que fue de Inglaterra, reconoció: ”he escuchado muy convincentes discursos en el parlamento, pero ninguno me ha cambiado el voto”. Los robots, ellos sí, no llegarán con el voto predeterminado por otros intereses. 
Y la gran promesa: una tasa impositiva cercana al 1%, pues tribunales, jueces y burocracia en general, estarán manejados por robots. Solo pilas.
Aprobado lo anterior en referendo, izquierda, derecha y centro, con sus polarizaciones dejaron de existir. Igual la política, esa pesadilla, asunto relegado como un bárbaro pasado superado.
Repito: lo anterior  no es chascarrillo. Para su realidad invoco a Mark Zuckerberg, de Facebook, quien aseguró: “esa superinteligencia resolverá los grandes desafíos pendientes de la humanidad”. Si se llega, como ocurrirá, a la inteligencia artificial superior a la inteligencia humana, elemental es decirlo: ella nos gobernará.