El presidente Petro tiene una gran habilidad para olvidar su jefatura de Estado y convertirse en un tuitero de mala ortografía. No votamos por él para que llegara al cargo de presidente tuitero de Colombia, y sin embargo lo ejerce con destreza. No es algo nuevo: la política fluye en círculos viciosos. Recuerdo a un expresidente que trinaba bombardeos, estéril como estaba por ya no atacar países ajenos ni a “jóvenes que no fueron a recoger café”.
Aunque, la verdad, no sé qué es preferible, si el errático X de Petro con sus dedos sueltos, petradas y estigmatizaciones, o la redacción de inteligencia artificial que usaba su antecesor más inmediato, el presidente ChatGPT Duque, que para cualquier asunto ya tenía una fórmula copiada, como si el que nos gobernara no fuera un ser humano sino una máquina bonachona manejada por alguien con carnita y huesitos de tuitiritero.
De cualquier forma, el presidente Petro se las deja muy fácil a sus críticos. Parece que no aprendió de sus errores y prefiere verse al espejo de los gobernantes megalómanos. Por otro lado, me inquieta la actitud de algunos de sus opositores: dicen que todos los males comienzan con él (tienen un olvido selectivo con respecto a presidentes del pasado), oyen y leen en sus palabras lo que ellos quieren que diga para darse la razón, conspiran teorías supuestamente irrefutables a partir de cualquier gesto, ven como hecho innegable lo que es todavía una posibilidad.
Esos son los más pasables. Porque hay otros que no desaprovechan oportunidad para desplegar sus prejuicios, promovidos por esa selva de inmundicias que también son las redes sociales. Dicen que la vicepresidente, Francia Márquez, “es una bruja” o “un mono”, o que el tuitero presidente es un guerrillero narcotraficante asqueroso (etc.), o que todo el que matiza o comparte alguna idea con Petro es un vendido, le lavaron el cerebro, o es un bruto. Y así, ad infinitum.
También, como sabrá el lector, del otro lado están las máculas de neofascistas y paracos, mafiosos y vendidos como insultos que proliferan hacia las huestes contrarias. Tan opuestos y tan parecidos: descalifican a quien piense distinto solo por su pensamiento y sospechan de cualquier propuesta a priori. No es sino ver sus interpretaciones de las marchas del 21 de abril y del 1 de mayo: la de los otros está comprada, no es legítima, son solo manifestaciones emocionales. Frases intercambiables, por su puesto. La última pedrada del presidente tuitero fue esta del 1 de mayo: “Ay Manizales del alma, ya no cree en la Svástica”. No solo nos tachó de que fuimos nazis, sino que indujo a pensar que es a través de él y de su política del amor que ya no lo somos. Extraño razonamiento para un jefe de Estado.
También, y ya con esta me desvío, me percaté del grito en el cielo de muchos manizaleños: nuestra imagen vale más que mil petradas. Porque nos quedamos cortos si reducimos la discusión a decir que la influencia del fascista Gilberto Alzate Avendaño fue momentánea o era un solo líder. ¿Cuánto de lo ultraconservador aún bulle en nuestro inconsciente colectivo? No vi mucha autocrítica como sí indignaciones. Eso, en últimas, es lo que les falta a los fanatismos de las marchas, como a nosotros: una verdadera autocrítica. ¿Pero cómo no esperar piedras del pedregal?

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Adenda: se cierra Bestiario y se abre un hueco para escritores, artistas y personas que disfrutan del arte. Esto es preocupante, sobre todo en una ciudad que le gusta lucir su imagen cultural, pero que no tiene una política pública seria del libro. Un abrazo a Federico Zapata y a sus cómplices. Los estaremos esperando.