Víctor Renán Barco, el otrora gamonal liberal, decía que el poder servía para que años después de la muerte le siguieran llevando flores a la tumba. Esto me lo dijo una persona que fue cercana a él. Supongo que aún hay quienes le dejan flores en su lápida por la misma razón por la que todavía la mitad de La Dorada lleva su nombre. (Ojalá sea solo una exageración). Pensé en la muerte de los políticos luego de leer columnas recientes de Camilo Vallejo, Adriana Villegas y Mauricio Uribe López sobre la muerte de Mario Castaño y sobre la Nota de duelo que el pasado noviembre le ofreció el Concejo de Manizales al “ilustre ciudadano” Castaño por su gestión y ejecución. (Somos una excelente comedia y una risible democracia). Supongo también que el Concejo le brindó el homenaje porque los delitos por los que fue condenado siguen siendo parte de las prácticas comunes que de puertas para afuera se critican y de puertas para adentro se aprovechan. O si no que lo diga el senador del Centro Democrático recientemente capturado, quien seguramente dirá que no tiene Ciros en ese entierro. 
Pero ahora de Castaño solo quedan sus cenizas. Cenizas del cuerpo, porque aún están vivas muchas preguntas: por los secretos de la corrupción en Colombia, por las circunstancias de su muerte, por los financiamientos de sus campañas. Tuve la oportunidad de escribir para el portal de periodismo independiente Vorágine un perfil del político caldense (pueden buscarlo en Internet a través del título La historia oculta de Mario Castaño, el titiritero y antipersonaje del año, publicado hace un año, justamente), y en la investigación me di cuenta de lo que han denunciado periodistas regionales desde hace mucho: sus orígenes en la política de la mano de su padre y de Ferney Tapasco, sus relaciones cercanas –muy cercanas– con bandidos de toda clase, el aprovechamiento a sus anchas de la Industria Licorera de Caldas, el dinero exagerado para la campaña con la que llegó a la Cámara, los vínculos con altos dirigentes del Partido Liberal por medio de los cuales resultó ser el senador más importante del país. Castaño fue el ejemplo de cómo un político puede tener un pie en el bajo poder y otro en el alto. 
Por lo demás, Castaño murió en su ley: El Tiempo registró que al cadáver le robaron la cadena de oro y otras joyas. Hace poco murió también el cantante Óscar Agudelo. Recuerdo La cama vacía, como la que dejó Castaño. Así reza un fragmento de la canción:  “Cuando uno está en condición / tiene amigos a granel, / pero si el destino cruel / hacia un abismo nos tira, / vemos que todo es mentira / y que no hay amigo fiel”. No se le ha oído hablar nada en público al representante Octavio Cardona León sobre la muerte de su exllave, y eso que decía ser su amigo desde los tiempos en que ambos trabajaban en la Licorera. 
En política parece solo haber amigos momentáneos. Amigos del poder, eso sí, como decía el mismo Castaño: “Yo siempre seré amigo del poder”. El poder como un vicio, una droga. Droga que les hace pensar a los políticos que no hay límites para su deseo, que la realidad es solo un espejo de su mente; creen ser capaces de evadir la muerte y de volverse inmortales, como Dios. Sin embargo la muerte es democrática y, aunque les lleguen flores de áulicos a sus tumbas, no podrán llevarse al más allá ni la cadena de oro. 
Gracias al lector por leer estas columnas de pensamientos como moscas que me persiguen. Gracias a todo el equipo de La Patria y, en especial, a Fernando Alonso Ramírez por invitarme. Nos vemos el próximo año.