La semana pasada comenzó el Festival Internacional de Teatro de Manizales. No sé quién define cuándo se abren los telones de nuestro festival emblema, pero sin duda tiene un buen humor negro. Entonces me cae bien. Puede que solo sea el azar, lo cual sería aún mejor. De cualquier manera, la semana del teatro cuyo invitado es Galicia coincide con la recta final de las elecciones regionales o –lo cual es lo mismo– con la antesala del 31 de octubre, Noche de Brujas: tiempo de disfraces y de máscaras. Se dice que Halloween viene del All Hallow’s Eve, que significa “Víspera de Todos los Santos”. Es decir, la antesala de los muertos. Para la noche del aquelarre muchos políticos serán zombis buscando la fuente burocrática de la resurrección. 
La comparación es odiosa, aunque significativa. El teatro se viene tomando la ciudad hace unos meses. Hemos visto a los mejores actores de nuestra sociedad abrazar a diestra y siniestra –sobre todo a diestra– a niños y ancianos como si en realidad les importaran. Este año el disfraz fueron canas, caras serias y conservadoras y una supuesta autoridad: una especie de mano dura light capaz de borrar los escándalos predecesores. Después de esta semana se quitarán de nuevo las máscaras y comenzará otra parte de la obra: el olvido de las promesas, la lejanía del ciudadano, el circo de la democracia que llaman Concejo y Asamblea; las nuevas traiciones y los viejos repartos. Habrá que estar ahí, con un vaso de cerveza en una mano y un pañuelo en la otra, para presenciar el siguiente desenlace de la espiral del tiempo.
También está la otra cara. El Festival de Teatro –el verdadero, el que lleva más de cincuenta versiones– nos aleja esta semana de las chivas politiqueras y de las caravanas bulliciosas. Podremos entrar al lugar oscuro donde suceden los símbolos y evitar las manifestaciones de maquinarias antiguas aceitadas con votos, puestos y platos de comida. Aunque los símbolos no estarán solo en auditorios. Ya que el teatro vuelve a la calle, luchará por las esquinas de la ciudad para que no sean los únicos protagonistas los repartidores de volantes o los que esperan a que el semáforo esté en rojo para desplegar una pancarta de un hombre que sonríe sin reír.
Mientras nos quede ese resquicio de cultura, hay que vivirlo. Estimado lector desprevenido que pierde su tiempo leyendo estas líneas: apague la pantalla o cierre el periódico y busque la programación del Festival. Déjese interpelar por las obras y mire de qué manera sucede la magia en ese niño que va con su abuelo de la mano o en esa pareja que descubre el amor. Porque hay algo de mágico en esa oscuridad: algo de secreto nunca revelado, algo de viaje sin moverse; algo de caricia inusitada y de escape del tedio de lo cotidiano. 
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El 10 de octubre don Efraim Osorio López me inauguró como columnista. En mi columna Manualito caldense para políticos en campaña quise casar una pelea y terminé cazando un gazapo. Gracias por la corrección. Por otro lado, en una segunda, dice don Efraim que debería decir “Como habría dicho Wilde si le hubiesen preguntado” en lugar de decir “como diría Wilde”, a secas. Esta me pareció algo salvaje, maestro Efraim, como habría dicho Wilde si le hubieran preguntado. ¿De qué manera podría decir que alguien diría algo sabiendo que nunca lo dijo pero valiéndome de los sentidos que expresan sus pensamientos? ¿No queda ese “si le hubiesen preguntado” sobrando? ¿No estaría implícito en la expresión? Sabemos que nadie le preguntaría a Wilde por la política caldense –salvo, quizá, Bernardo Arias Trujillo, pero este nació tres años después de la muerte del británico–, por lo que hay que hacer un juego interpretativo. Es la ficción, maestro. ¡Gracias de nuevo por la lectura!