Nunca me he sentido un animalista, pues en ocasiones percibo que ciertos extremos dentro del movimiento animalista pueden distorsionar una relación sana entre humanos y animales. Estoy firmemente convencido de que no es necesario abrazar el animalismo para cultivar un profundo respeto y cuidado hacia la naturaleza y sus habitantes. Este pensamiento me lleva directamente a reflexionar sobre mi vínculo con los perros de compañía. Personalmente, evito usar el término “mascota” porque sugiere una relación de posesión o dominio, que no refleja la dinámica que tengo con ellos.
Reconozco y respeto que otras personas pueden tener una perspectiva distinta respecto a la interacción con los animales. En mi caso, considero a mis perros como miembros de la familia. No los humanizo; los aprecio y trato como seres distintos a nosotros. De hecho, creo fervientemente que intentar humanizar a un perro es un acto de crueldad. También sé que hay una carencia de normas y estándares en nuestro país que regulen adecuadamente la tenencia responsable de animales en los hogares. En menos de un mes y de manera previsible, pero inesperada, se me fueron dos de estos compañeros de vida; su ausencia presente y futuro ya se siente y como con cualquier muerte de alguien cercano salen las preguntas:
¿Fueron felices? La cola que agitaban, el brillo en sus ojos, la lengua que colgaba, nos dicen que sí, que cada día era una fiesta, y cada momento juntos, una joya que guardaban.
¿Di lo mejor de mí? En cada caricia, cada juego, cada paseo al sol y cada noche, en su amor, encontré mi respuesta validada.
¿Dónde estarán? En un lugar donde no hay adioses, donde corren libres, donde la tristeza se desvanece, estarán esperando, con paciencia hasta que nos reunamos.
Y así, en la despedida, no hay final, solo un cambio, un recuerdo que se convierte en un agradecimiento profundo por los días compartidos, por las lecciones aprendidas, por la compañía sincera. Porque, aunque su tiempo con nosotros sea breve, nos enseñan a vivir el presente con plenitud. Esta columna, entonces, es más que palabras; es un tributo a esos seres que, sin hablar, nos dicen tanto, que llenan nuestras vidas con una felicidad que siempre vamos a atesorar Moro y Emma gracias.