En plan de guerra verbal el Once Caldas, con sentencias lapidarias, solicitud de despidos o dimisiones, con provocaciones y conflictos públicos, como estrategia de choque ante los resultados que resultan dulce y apetitoso plato para el escándalo, las murmuraciones y las denuncias.

Protagonistas los entrenadores, los periodistas, un sector beligerante del público, los dirigentes con sus equivocadas propuestas y los futbolistas con sus carencias a la hora de jugar.

No puede el entrenador desbocarse, ni convertirse en prisionero de inoportunas palabras, dichas bajo presión, con extremas cargas de estrés, lo que no lo justifica.

El sosiego en los instantes críticos, es fundamental, para evitar un caos gigante, el que se vive, condicionado a un triunfo en cada partido.

Todo se suaviza con una excusa pública, en plan de aclaración, no solo a uno o dos medios de comunicación, sino en una comparecencia plural ante los periodistas. Dejando en claro, como lo ha dicho en privado, que sí le preocupa el riesgo del descenso, afectación que agobia a los aficionados.

No se conserva la categoría, el que parece ser el único objetivo del proyecto actual, con triunfos frente a los grandes clubes, lo que parece una fantasía por el poder de inversión, la escasez de ideas y los fichajes diferentes.

Se logra, dominando a los rivales directos, los que acosan en la tabla del descenso, con derroche físico, rigurosos planes estratégicos que incluyan el armado de la nómina, la elección del sistema que potencie el equipo y reduzca las debilidades.
Con buenas decisiones y control emocional.

Que oportuno es, dadas las circunstancias actuales, jugar con defensa de cinco, con densidad media, especialmente en cancha ajena, cuando los rivales tienen poder.

En el último partido, se jugó mal, muy mal, y el resultado pudo ser peor.

Esta vez no hubo desequilibrio físico, voluntad, ni posicionamiento firme para impedir el lucimiento del rival. El equipo se desfondó.

Fallaron los entrenadores con sus decisiones y los jugadores con la pelota. Con ella no hay relación.

En el Once, los únicos futbolistas con toque y expresión ofensiva son Arce, el ecuatoriano, quien juega en soledad y Dayro un luchador descontrolado, impaciente y en ocasiones improductivo.
De Sherman, y cuanto se lamenta, no hay huella. No parece activo para jugar en altos niveles de competencia. Su futbol no puede desaparecer.
Es discreta la nómina, sin vuelo, sin poder técnico diferencial.
La vehemencia en la imposición de doctrinas futbolistas debe estar en la cancha y en los camerinos y no en las calles o micrófonos. Estos no son el escenario natural.