Amo el fútbol, parte sustancial de mi rutina. Me cuesta, en ocasiones, separar los sentimientos a favor o en contra, las emociones, o controlar los efectos de victorias y derrotas en mi vida de aficionado puro.

Decir lo contrario es mentir.
Aprendí a sacar lo mejor de cada partido, a no deslumbrarme con figuras temporales o a desconsolarme por un resultado pasajero. Creo poco en las estrellas de los equipos sin grandes ambiciones.
No queda duda de que la crisis, por ejemplo, sustrajo el fútbol en el Once Caldas y acercó el sufrimiento.

Ocurre hace años. Los talentosos jugadores fueron relevados por fajadores, por combatientes, que ponen el pecho a la adversidad que se vive pero, por la ausencia de calidad en el juego, quedan fecha a fecha en evidencia. Son invisibles para el elogio y propensos a las voraces críticas.

Me cuesta aceptar el conformismo. Los lapidarios "por lo menos ganamos" o "por lo menos un empate", tan frecuentes, así se juegue mal, que acorralan las polémicas con pensamientos y gustos diversos.

Entro entonces en referencia a los partidos del Once Caldas que se sufren, no se disfrutan. Cada fecha una expectativa con esperanza, luego las cargas nerviosas frente al gol que no llega, los errores que no se admiten y los desahogos agresivos por empates y derrotas.
Con milagrosa renovación semanal, de la fidelidad y la confianza.

De Santa Marta el Once Caldas trajo un valioso punto. En partido sufrido, con planteamiento defensivo, poca actividad atacante, frente a un rival directo, áspero y mañoso, con temperatura exigente, trámite nervioso, valorado por el carácter exhibido tan parecido al del último triunfo ante el Pereira.

Diferente al equipo dominante pero estéril, ante Envigado, lo que implicó jugar mal, así se diga lo contrario, como maquillaje ante el empate. Imposible jugar bien si no se gana porque el gol es la esencia de un espectáculo.

Fue una batalla, ante el Unión, evitando vacilaciones, con un error protuberante al ocupar espacios defensivos, cuando el rival se puso al frente en el resultado. Resarcidos luego con el gol a tres bandas, que levantó al público de sus asientos, de un jugador, Mejía, que poco o nada hacía en el partido. Así es el fútbol.

Con un árbitro vacilante, escudado en el VAR como hacen muchos, incierto en sus decisiones.

El Once Caldas no logra consistencia en su juego, ni regularidad en su rendimiento, a pesar del trabajo de los técnicos. Son marcados sus altibajos, dominado por los nervios de la competencia. Es insustancial, porque la prioridad es salvar la categoría, con todo lo que ello implica.

Son pocos los futbolistas diferentes, los que van al estadio a jugar y no a trabajar. García, en lento proceso formativo, es un caso especial. Se consolida poco a poco. Chaux tan capaz de alternar atajadas memorables con parpadeos y desconcentraciones.

Dayro, en su mundo narcisista , es la alegría de los goles. Torijano con su liderazgo silencioso y Billy Arce, hábil para transformar el juego, con dinámica en la construcción de los ataques, con pausa y pensamiento para poner a funcionar el equipo.
Son distintos los partidos, cuando están presentes.
Para aquellos que aman los números, sin alejarse de la esencia del juego, tarea imposible no es una clasificación y lejano se ve el descenso.