Algunas portadas de la revista Cereza

Es Juan Gossaín el que cuenta la anécdota: cuando llegó al diario El Heraldo, de Barranquilla, como jefe de redacción decidió que los avisos solo se podían recibir hasta 48 horas antes de la publicación para no retrasar la impresión del periódico. Un día lo llamaron de la caja, donde lloraba una chica que estaba allí con rulos en su cabeza.

- ¿Qué pasó?-, preguntó.

- Que se va a casar mañana y trajo su foto para publicar en el periódico-, le dijo el cajero.

- Pues ya no se puede, es con 48 horas de anticipación.

Y la muchacha llorando se volteó y dijo:

- Cómo se nota que usted acaba de llegar a Barranquilla. Aquí si uno no sale en El Heraldo, no se ha casado. Nadie le cree a uno.

- Todo eso es verdad, señorita, pero yo no puedo autorizarle la foto, porque si no, me atrasa el periódico de mañana, para eso son los límites.

Esta muchacha se secó las lágrimas y dijo:

- Pues si yo no puedo salir en El Heraldo, prefiero aplazar el matrimonio, lo dejo para la semana entrante, pero yo no me voy a casar a escondidas.

“Desde entonces no insisto en que se quiten las secciones sociales de los periódicos porque yo sé lo que eso significa”, anotaba Gossaín a Édgar Artunduaga para el anecdotario Periodistas en apuros.

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Cuando llegué a La Patria por estos días, pero 31 años atrás, a hacer mi práctica profesional, pensaba lo mismo de las páginas sociales, que les robaban espacio a las noticias verdaderas. Las pretensiones de la juventud y del conocimiento universitario.

Y pasó lo inesperado: la periodista del área Social, María Mercedes Vallejo, después mi mentora en la investigación periodística, decidió renunciar y las páginas sociales quedaron acéfalas. Entonces Orlando Sierra echó mano del practicante –yo- para que supliera la dificultad. Fue toda una lección de periodismo.

Durante un par de semanas cumplí con la misión, atendía señoras encopetadas, conocía personajes de la ciudad, aprendía de don Carlos Sarmiento, el veterano fotógrafo dedicado solo a este tema, después de 40 años de servicio al diario. Eso lo hice hasta que llegó Diana Victoria Vargas a hacerse cargo. Se iniciaba la Escuela de La Patria, a la que yo me sumé poco más de un año después ya como periodista de planta en la sección Judicial.

Cuando regresé al periódico en 1992, la señora de Sociales era Amalia Gómez, una mujer de sociedad que nos trataba con cariño y me regañaba todo el tiempo porque yo era –soy- muy palabroso. A ella la sucedió Olga Rivas, una institución en Manizales, que nos consentía con sus detalles y nos enseñaba algo de etiqueta y glamur, a pesar de nuestra incapacidad para esos menesteres. Siempre tuvo una sonrisa para responder a nuestros atrevimientos.

A ella la sucedió una mujer más joven que las anteriores, callada y siempre atenta y sonriente. “Ustedes me miraban como un c…”, nos recriminaba años después. ¡Una señora de sociales que decía groserías! Victoria Eugenia Salazar, Vicky, llegó para sumar de maneras que antes parecían impensables.

Los periodistas somos en su mayoría unos emergentes y codearnos con gente de la alta sociedad no es nada fácil, menos si son huraños como yo.

Mientras se ganaba el corazón de todos los periodistas, Vicky iba pidiendo cuerda. Su habilidad para dibujar, pues había estudiado esto; su paso por talleres de pintura como el de Óscar Naranjo, su conocimiento del arte y su vasta cultura general me fueron dando la idea –cuando asumí la jefatura de Redacción- de convertirla en periodista ciento por ciento.

“Cómo se le ocurre”, me decía. Y yo le preguntaba: “¿Quiere?”. Empezaba a responder y yo la interrumpía: “Si usted tiene ganas, déjeme a mí el resto. Solo déjese guiar“.

Desde cuando entrevisté a Vicente Verdú en su visita a Manizales, este me quitó la idea de que entretenimiento y cultura iban aparte, y fue Vicky quien logró darle la vuelta de tuerca a estos temas para incluirlos en lo que con el tiempo se convirtió en la sección Movida, aún vigente.

Vicky era la primera en llegar a las capacitaciones en el periódico, bien con personas de afuera (Fernando Ávila, Poly Martínez, Alejandra de Vengoechea, Alberto Salcedo, José Luis Valero, María Teresa Ronderos, entre muchos otros) o de adentro. Leía textos de periodismo, le encantaban los cambios que traía la tecnología y participó activamente en el grupo de innovación que montamos en Redacción con compañeros de otras áreas, convencido como estoy de que la innovación solo es posible con diversidad y multidisciplinariedad, es cocreación.

De ese grupo surgió la revista Cereza, un producto del que Vicky se apersonó y mantuvo a flote hasta que se pensionó del periódico en el 2019. Una revista a la que le imprimió su carácter y casi todo lo que allí salió tiene su toque.

Solo fui su profe en lo periodístico, ella, en cambio, era una persona con habilidad natural para no juzgar a nadie y eso la llevó a ser la confidente de varios de nosotros, por lo que varios le decían madre de cariño. Aprendió a hablar sin temores en el Consejo de Redacción. Se convirtió en una importante periodista cultural en la región y dejó huella, pero su mayor habilidad era la capacidad para que gente humilde como la vendedora de gallina criolla en el barrio El Carmen de Manizales o la señora que vive en la casa más sofisticada le contaran sus historias. Ese toque no lo tiene todo periodista. Para eso se necesita don de gentes, algo que a Vicky le sobraba.

También era de armas tomar y si no quería hacer algo, no había Dios posible que la obligara. Así era en su vida y en el trabajo. Estudiar era lo que más le gustaba. Cursó diplomados como el de Creatividad en la Universidad Autónoma, el de Mercadeo Digital de La Patria y la Universidad de Caldas, cursó talleres de periodismo cultural con la ahora Fundación Gabo y publicó incluso con ellos una crónica de Palenque.

Vicky me enseñó la importancia del periodismo de sociedad, de lo importante que es para la gente verte retratada en el periódico. Ella lo entendía y cumplía con un propósito al publicar a las personas en esta sección.

Yo que en mi juventud me creí periodista cultural me quedé en pañales con lo que esta mujer logró en este campo. Es la gran difusora de la actividad cultural en las dos últimas décadas en Manizales, pero no solo se atuvo a este tema: participó en varias investigaciones e incluso con un equipo de jóvenes y no periodistas nos aventuramos a indagar sobre el consumo de Popper en Manizales, trabajo con el que obtuvimos el premio de periodismo Ciudad de Manizales Orlando Sierra Hernández.

Vicky resultó ser una alumna aventajada de la Escuela de La Patria, nos animaba con su pasión a luchar por los sueños, nos entretenía con sus largas historias y conseguía fuentes que a otros nos costaban. Ella dejó huella imborrable en este grupo de trabajo y el vacío será imposible de llenar. Porque más que la compañera aventajada, que la señora de sociales, llegó a ser mi gran amiga, la que siempre me animó en los momentos más jodidos en esta Redacción en los últimos 20 años.

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A Juan y Mariana, sus hijos; y a Eduardo, su esposo, de quienes siempre hablaba con amorosa admiración, mi abrazo fraterno. Ella también se llevó un pedazo grande de mi corazón y no acepto que nos haya tenido que dejar tan pronto.

La alegría contagiosa de Vicky. Me molestaba por ser abstemio.

Nota: esta foto representa la alegría contagiosa de Vicky, que me molestaba por ser abstemio y quería lograr una foto en la que me viera tomando. Logró la foto, no que tomara de la botella.

 

Tema
Resumen
Un homenaje a la periodista y amiga Vicky Salazar.